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LA EDUCACION INFANTIL Y LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

LA EDUCACION INFANTIL Y LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

El desarrollo de la inteligencia emocional, al igual que la estimulación de las capacidades cognitivas, es una buena meta para la Educación Infantil. El niño inicia esta etapa con una fuerte energía emocional que dirige su deseo de aprender, que impulsa su necesidad de comunicarse satisfactoriamente con los demás y que le permite adaptarse fácilmente al ambiente escolar.

La importancia de educar al niño en el enriquecimiento de las capacidades emocionales ha sido reconocida por los educadores desde hace décadas. Sin embargo, como reacción al exagerado valor que se le ha dado al Acociente intelectual@ y como resultado de una profunda reflexión sobre la situación actual que nos toca vivir, calificada por algunos autores como de desintegración social sin precedentes debido a la falta de control emocional de nuestras actuaciones diarias (Goleman, 1995), es a partir de los años 80 cuando se considera la Educación Infantil como el nivel educativo en el que más se puede influir con una adecuada trayectoria del desarrollo de las capacidades cognitivas, afectivas, motivacionales y sociales del niño. Se trata de un educando que todavía tiene su sistema nervioso en formación, su psiquismo en construcción y su personalidad en elaboración. Desde todos los puntos de vista. El potencial de modificabilidad que posee el niño de preescolar debe ser aprovechado para enriquecer al máximo sus capacidades.

)QUE ES LA INTELIGENCIA EMOCIONAL?

El concepto de inteligencia emocional ha recibido, recientemente, considerable atención en revistas y libros científicos. Es definida como la habilidad para percibir, expresar y valorar con exactitud las emociones, como la habilidad para generar sentimientos que faciliten el pensamiento; como la habilidad para entender las emociones y el conocimiento emocional, y finalmente, como la habilidad para regular, reflexivamente, las conductas emocionales de tal manera que favorezcan el crecimiento intelectual y emocional (Mayer y Geher, 1966). Esta definición, según los autores, enfatiza en que la emoción hace pensar más inteligentemente y que uno puede pensar inteligentemente sobre la vida emocional.

La información derivada de las experiencias emocionales ayuda a solucionar eficazmente los problemas y a lograr una mejor adaptación de la conducta afectiva. Según Mayer y Salovey (1933), la inteligencia emocional tiene sentido porque conocer los sentimientos de otras personas es una habilidad, bien este conocimiento se derive de la inteligencia general o factor Ag@, o sea algo independiente de él. La inteligencia emocional se sustenta: en la amplitud de la emotividad personal, cuanto más variedad de emociones experimente el sujeto más riqueza de pensamientos evocará sobre ellas; en la fluidez emocional generada de la atención selectiva a los estímulos; en la elección de planes, en la regulación de los estados de ánimo que marcan la dimensión positiva o negativa del tono emocional y de las ideas que tengamos sobre los mismos; en la confianza de poseer capacidad para dirigir los efectos de manera persistente y eficiente y, finalmente, en cierta integración entre el afecto y la cognición a nivel neurológico que sustenta su relación funcional y su mutua interacción en las manifestaciones de la conducta inteligente.

Goleman (1995), uno de los autores que más está investigando el campo de la inteligencia emocional, fundamenta este modelo principalmente en datos empíricos de la realidad social. Entre otros, en el estudio de los efectos de la agresividad, la impulsividad, la ansiedad y al autocontrol de la conducta humana; la reflexión sobre casos de la vida real en los que las emociones originan, orientan y dirigen la conducta inteligente y en el análisis de otros enfoques de la inteligencia que destacan también la dimensión emocional en el funcionamiento intelectual. Según este autor las características que apoyan el constructo de inteligencia emocional tienen que ver más con la capacidad para motivarse a sí mismo, con las expectativas que se poseen, con la persistencia en las frustraciones, con la autorregulación de los impulsos y del saber esperar, que con los índices académicos o profesionales que obtenga la persona.

La validación más fuerte del argumento de Goleman, como ya hemos mencionado, se deriva de las evidencias concretas. Un ejemplo típico que él describe en sus escritos es el de un joven que durante su vida estudiantil obtuvo calificaciones muy altas y deseaba estudiar medicina en una de las mejores universidades de su país. Cuando estudiaba segundo año de bachiller tuvo problemas con un profesor de física, porque según él no había sido justo con sus notas. La reacción de este joven fue de atacar al profesor con un cuchillo. Goleman interpreta este hecho diciendo que el buen rendimiento académico, en este caso específico, no pareciera estar relacionado con el comportamiento emocional. Otros ejemplos que Goleman presenta tienen que ver con los comportamientos de violencia y vandalismo de la sociedad americana. Estos casos los atribuye básicamente a una carencia o desequilibrio en la inteligencia emocional de los jóvenes, consecuencia, entre otras, de una orientación y de un funcionamiento defientes de esta capacidad en los padres, en los educadores, que han descuidado el estimular el potencial emocional de los jóvenes como elemento esencial para alcanzar la felicidad y el éxito en la vida. Por otra parte, continúa Goleman, se observa a nivel mundial un descuido generalizado de responsabilidad en el control de las emociones y de las relaciones humanas. Todos estos factores están afectando negativamente en la posibilidad de alcanzar un equilibrio emocional necesario para la convivencia humana.

Los resultados de sus investigaciones le hacen concluir que la inteligencia académica no nos prepara para las vicisitudes que nos depara la vida. Considera que la escuela debe ejercer una función más directa en la formación de las actitudes, de los sentimientos y del autoconcepto de los niños. Si bien es verdad que el tener un alto cociente intelectual no garantiza el nivel de prosperidad, prestigio o felicidad en la vida, nuestra educación formal y las demandas culturales siguen poniendo todo el énfasis en las habilidades cognitivas, ignorando, muchas veces, las habilidades emocionales que afectan a nuestra capacidad de autorregularnos en el comportamiento diario. Para Goleman, la formación de los sentimientos debe tener un lugar en el currículum académico como lo tienen las matemáticas y el lenguaje.

Esta interpretación de la inteligencia emocional de Goleman es visiblemente apoyada por otros autores orientados hacia la dimensión cognitiva del ser humano. En esta línea podemos mencionar a Feuerstein y sus colaboradores (1980), a Gardner (1993) y a Sternberg (1986). En concreto Gardner, aunque su atractiva teoría de las inteligencias múltiples (como comentamos en el artículo del número anterior) parte de habilidades cognitivas, puntualiza la importancia y la necesidad de comprender las motivaciones y emociones individuales, no sólo a nivel personal, sino también en relación con los otros. Valora tanto estos aspectos personales que les atribuye el rol de nuevas inteligencias, denominadas interpersonal e intrapersonal. La educación, para él, necesita estimular al máximo las inteligencias personales porque son las que realmente educan a los líderes sociales y ayudan a reconocer los talentos y limitaciones personales, aspectos estos esenciales en una sociedad democrática.

De igual manera, los seguidores de Gardner, en un intento de destacar el valor de las emociones en el concepto de Ainteligencias personales@, han ampliado a cinco áreas las características de estas inteligencias:

1. El ser conscientes de nuestras emociones y sentimientos y el autoevaluar la naturaleza de las mismas es la base para comprender quiénes somos y por qué actuamos de la forma en que lo hacemos (inteligencia intrapersonal).

2. Manejar nuestros sentimientos implica darnos cuenta de que los tenemos y saber cómo canalizarlos para sentirnos más efectivos. El autocontrol de lo que sentimos impedirá a veces abandonarnos a merced de la compasión de los demás o, lo que es peor, provocar lástima (inteligencia intrapersonal).

3. Automotivarnos es vital para establecer metas y actuar con creatividad para conseguir nuestros logros. La mejor contribución que podemos ofrecer a nuestros niños es proporcionarles un ambiente donde puedan desarrollar sus múltiples talentos y hacer que ellos se sientan satisfechos de sus logros (inteligencia intrapersonal).

4. Ser respetuosos implica ser sensibles a los derechos de los demás, demostrarles simpatía y apreciar sus talentos. Esta disposición personal es fundamental para tener éxito a nivel profesional. Más aún, se hace imprescindible para trabajar en cualquier actividad que exija colaboración en equipo. Ser respetuosos sin dejar de utilizar una crítica positiva nos ayudará a establecer un equilibrio emocional en nuestra conducta diaria (inteligencia interpersonal).

5. El arte de las relaciones humanas puede ser un indicador de nuestra competencia social manifestada en el nivel de liderazgo, popularidad y efectividad que vamos alcanzando. Las relaciones humanas son fundamentales para aprovechar , atraer o perder oportunidades que nos conducen hacia el éxito (inteligencia interpersonal).

Otros científicos, tal como Robert Sternberg (1986), reconocen la importancia que tienen las emociones al identificar e interpretar las características de la inteligencia práctica o inteligencia social. Feuerstein, Rand, Hoffman y Miller (1980) sitúan la impulsividad, la emoción y la motivación dentro de las funciones cognitivas del acto mental por considerarlas rasgos esenciales en un adecuado y profundo procesamiento de la información.

Para resumir estos aspectos teóricos de la inteligencia emocional podemos decir que esta inteligencia está siendo muy investigada en la actualidad como modelo independiente y en interacción con otras explicaciones más tradicionales de la inteligencia, como es la perspectiva cognitiva. Los logros teóricos comienzan a generar implicaciones prácticas, principalmente a nivel educativo. Porque si es ya un hecho que la inteligencia académica es modificable y que por lo tanto la escuela es el lugar más idóneo para impulsar mejoras intelectuales, de igual manera comienza a ser aceptado que los primeros años de la educación formal son los mejores para impulsar el desarrollo de la inteligencia emocional.

APLICACIONES DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL A LA EDUCACION INFANTIL.

La inteligencia emocional es una capacidad involucrada en los contextos más próximos al ser humano, como son la familia, la escuela, el trabajo y otros lugares en general. Nosotros nos centraremos únicamente en los ambientes familiar y escolar porque son las dos realidades que fundamentalmente comparten la responsabilidad de hacer crecer al niño en la inteligencia emocional.

El contexto familiar.

El desarrollo de las habilidades implicadas en la inteligencia emocional, al igual que otras muchas comienza en el hogar, principalmente a través de interacciones adecuadas entre padres, hijos y hermanos. Los miembros de la familia ayudan a los niños a identificar y etiquetar las diferentes emociones y conectarlas con las situaciones sociales más próximas. Esta transcendental tarea, con frecuencia, no se realiza de una manera positiva y en beneficio del niño. Los padres son los primeros en sentirse incapaces, consciente o inconscientemente, de enseñar y guiar el desarrollo de los procesos emocionales. Así, observamos casos de niños que han aprendido incorrectamente en el hogar las lecciones sobre las diversas emociones humanas y en consecuencia manifiestan desórdenes en su conducta afectiva ya desde los primeros años.

Cuando el niño ingresa en la educación infantil es recomendable que los padres proporcionen una información amplia de cuál es el nivel de desarrollo de la inteligencia emocional alcanzado por el niño hasta ese momento en el ambiente familiar. Este reporte de los padres debe incluir, con claridad y precisión, aspectos relacionados con la historia personal del niño, sus conductas más frecuentes, reacciones extrañas, capacidad de adaptación, nivel e control alcanzado sobre las rutinas diarias, aficiones y problemas o limitaciones más notables. Esta información podría más tarde contrastarse con la observación cuidadosa y directa por parte del educador. De esta manera, el niño no será desde el primer día un extraño para la maestra, sino una persona a la que conoce y la que con mucho mimo guiará los pasos en su primera adaptación al contexto escolar, en su relación con los compañeros y otros adultos, en su reacción ante los nuevos espacios y objetos y en su comportamiento estratégico para resolver las primeras dificultades.

Este rol de los padres en el proceso de evaluación inicial del niño debe continuar a lo largo de todos los años de la educación infantil. Entre otras cosas servirá para reconstruir continuamente la acción educativa que se realiza en la propia escuela y para orientar la estimulación y el feedback de la familia en la misma línea. Escuela y familia deben funcionar especialmente de manera conjunta en los primeros años de escolarización. La evaluación no sólo afectará al resultado exclusivo de las actividades de observación y análisis de los profesores, sino también producirá un diálogo continuado entre éstos y los padres. Dialogo que generará nuevas propuestas educativas coherentes y eficaces para enriquecer el proceso de desarrollo global del niño, meta última de educadores y padres.

El contexto escolar.

El contexto escolar ofrece múltiples situaciones en las que es necesario tener en cuenta la relevancia de los factores cognitivos emocionales, tales como el papel del maestro, el diseño curricular y las actividades concretas dentro del aula, entre otras.

El rol del maestro.

La interacción entre padres e hijos, cuando el niño comienza la educación infantil, es transferida, en parte, a la relación que se genera entre profesor y alumno. El profesor asume el rol de los padres y pasa a ser el modelo casi absoluto de la inteligencia emocional del niño, de ahí la importancia de vigilar y regular, por parte del profesor, el tono afectivo que rodea su comunicación con los alumnos. En los primeros años la fuerza de la interacción entre profesor-niño adquiere tal relevancia que sin ella le resultaría difícil al niño crecer en la inteligencia emocional por carecer de experiencias mediadas de aprendizaje afectivo.

El educador, además de ser un especialista en todo lo que se refiere a la estimulación del aprendizaje, a la organización del currículo y a la creación de un ambiente de desarrollo de capacidades, será un mediador esencial de las habilidades emocionales en el niño. Debe seleccionar, programar y presentar al niño aquellos estímulos que modifiquen su trayectoria emocional, le hagan sentirse bien consigo mismo y capaz de regular las múltiples reacciones emocionales.

Diseño Curricular

También las habilidades de la inteligencia emocional pueden ser estimuladas desde el Diseño Curricular Básico. La incorporación de estas capacidades en los Proyectos de la Educación Infantil está siendo una realidad, tanto por parte de los teóricos de la inteligencia emocional como por parte de las autoridades educativas, caso de nuestro país, que han sabido valorar la importancia del dominio de las habilidades emocionales ya desde el primer nivel educativo. Así nos encontramos que entre las capacidades propuestas por el actual Diseño Curricular Base se encuentras Alas afectivas, la relación interpersonal y la actuación social@. Todas ellas involucradas en el concepto de inteligencia emocional que hemos descrito en los párrafos anteriores. Sólo la actuación conjunta sobre estas capacidades ayudará al logro de un desarrollo armónico del alumno. De lo contrario, se puede estar colaborando en la educación de personas con una buena capacidad intelectual pero con poco ajuste emocional y con deficientes destrezas sociales que determinarán perfiles de niños inmaduros, inseguros, irritables o incapaces de actuar de manera activa y creativa en el entorno social que les corresponda vivir.

Estas capacidades o competencias emocionales se recogen también en los objetivos generales para ser más tarde explicitados en diversidad de conductas. Aquí conviene recordar que, en este diseño educativo, el énfasis se pone en el proceso de enseñanza-aprendizaje de las habilidades emocionales que tienen lugar a lo largo de toda la etapa infantil más que en la adquisición de determinadas conductas. Proceso que gestará rasgos cognitivo-afectivos diversos que deben ser tenidos en cuenta en el momento de planificar una educación en la diversidad emocional.

Actividades de aula.

La presencia de la inteligencia emocional en las tareas que se realizan dentro del aula es total. Todo lo que el educador ofrece a los niños, el proceso de elaboración y la respuestas de los mismos está impregnado de connotaciones emocionales. Por destacar algunas actividades específicas mencionamos:

1. La narración, la representación y la comprensión de cuentos e historias de personajes, fantásticos o reales, lejanos o próximos a la vida del niño, son una oportunidad para vivenciar y aprender sobre los sentimientos humanos. Los personajes se presentan como seres felices, alegres, que controlan sus reacciones en beneficio personal y de los demás. Los niños pueden descubrir qué aspectos o situaciones hacen que estos personajes se sientan como lo hacen; cómo los sentimientos son los que motivan sus comportamientos, bien de una manera correcta o bien desproporcionada y cómo resuelven los conflictos que presenta la historia. La literatura, según los defensores de la inteligencia emocional, es probablemente una de las áreas escolares que mejor puede incidir en las habilidades afectivas.

2. Los contenidos artísticos, pintura, música y teatro desempeñan también una función relevante en esta línea. El niño, en el dibujo y la pintura, proyecta sus sentimientos, desajustes emocionales y la interpretación cognitiva que tiene sobre su vida emocional. La música le exige regular los ritmos y adaptar de su estado de ánimo a las diferentes melodías. Finalmente, en el teatro el niño proyecta su energía emocional, su seguridad personal y su creatividad al expresar sus sentimientos.

3. Hay autores, tales como Mayer y Salovey (en prensa), que defienden la necesidad de elaborar programas psicopedagógicos de intervención específica directamente conectados con la inteligencia emocional la igual que existen programas para la mejora de las capacidades cognitivas. En estos momentos, los esfuerzos de los investigadores se dirigen precisamente hacia el diseño de materiales y hacia la preparación de un marco de referencia formativo para los educadores. En un futuro no lejano podremos disponer de estos logros, fruto de años de investigación y reflexión.

)A quién estarán dirigidos estos programas?, )qué momentos serán los más idóneos para introducirlos en el sistema educativo?, )cómo se beneficiarían de estos programas los niños que actúan con una alta inteligencia emocional?. Son respuestas de difícil elaboración que requieren todavía de una amplia observación e investigación rigurosa. La aplicación de estos programas proporcionará la validez ecológica que necesita el concepto de la inteligencia emocional. El tema es delicado, aunque parece evidente que los niños que conviven en hogares problemáticos serán los candidatos más seguros para recibir este tipo de programas de apoyo.

Otro aspecto a tener en cuenta en esta línea de la introducción de programas que estimulen la inteligencia emocional es que las habilidades emocionales están muy cerca de la jerarquía de valores que se desea fomentar en los alumnos. Sería conveniente reflexionar sobre la relación existente entre estas dos variables. Puede darse el caso de sociedades que educan para la identificación de sentimientos de sus adversarios, para el logro de la paz, o bien para la convivencia democrática.

A modo de síntesis, con este trabajo hemos querido poner de relieve que uno de los aspectos esenciales de la inteligencia son las emociones. Ellas afectan primordialmente nuestras decisiones a nivel personal y profesional. Cuando las emociones nos bloquean nos hacen perder la claridad mental y el poder de concentración. Lo que muchos estudiantes experimentan el día del examen, Ael tener la mente en blanco@, es un ejemplo del poder de las emociones en nuestra capacidad de pensar. No debemos eliminar las emociones, reprimirlas, sino saber canalizarlas para maximizar nuestros esfuerzos hacia el éxito. La inteligencia emocional puede contribuir a la comprensión y al desarrollo de un ambiente social en el que todos tengan cabida y sean respetados y aceptados

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